Aunque circulaban distintas versiones sobre su origen familiar y limpieza de sangre, los diferentes autores que pesquisaron en su vida y escribieron acerca del personaje suelen coincidir en lo fundamental: Lorenzo Armengual de la Mota, obispo que fue de Cádiz, ministro de la Corona y título nobiliario como premio a sus servicios, nació pobre, pescador y en el más miserable ambiente del perchelero barrio de Málaga.
Si la existencia y el origen mismo de este obispo crea curiosidad y se hace interesante a los ojos de todo el mundo, es precisamente porque no fue el ambiente que rodeó su cuna el más propicio para despertar en él su vocación religiosa. Es fácil imaginar al niño pescador, ayudando a su padre en la dura tarea de tirar del copo en las playas de San Andrés, un día y otro, meses y años, quizá faltando a la escuela con tal de echar una mano en la escasa economía familiar.
Su historia la menciona, muy de pasada, el canónigo Medina Conde, coetáneo en el tiempo pero no coincidente en el mismo paisaje malagueño; y, a partir de él, hay otros muchos investigadores y escritores que siguiendo su propia línea investigadora nos lo hacen figura asequible, próxima, casi familiar a medida que lo relacionan con el más pobre barrio de Málaga.
Nuestro protagonista nace en Málaga el 5 de noviembre de 1663y muere en Chiclana el 15 de mayo de 1730. Era hijo de un matrimonio dedicado a la pesca en las playas de San Andrés. En un ambiente popular nació el niño y en medio de él se hizo muchacho; por lo tanto, nos estamos refiriendo a una criatura como cualquiera otra de las muchas que en los Percheles se criaban en la segunda mitad del siglo XVII.
Sin posibilidad (en principio) de salir del mundo del que formó parte por origen y nacimiento, sólo el azar, aliado con sus demostraciones de inteligencia, hicieron posible un alba de futuro como no podían haber imaginado nunca él ni los suyos. Desde Medina Conde a nosotros, todos los autores que estudiaron el rastro biográfico y familiar del obispo perchelero coinciden en lo providente del encuentro del chico con un sacerdote que lo tomaría bajo su tutela.
Haciendo una síntesis de los hechos que auspiciaron la salida del barrio del niño Armengual de la Mota, habremos de decir que un día paseaba por las playas donde el caval ayudaba a su padre el canónigo magistral de Málaga Antonio Ibáñez de la Riba y Herrera, que, nacido en Santander en 1633, hizo la carrera eclesiástica y se doctoró en Alcalá de Henares, de cuya institución universitaria llegó más tarde a ser profesor. En 1663, año del nacimiento de Lorenzo, ganó la penitenciaria de la catedral de Burgo de Osma, cinco años más tarde la canongía magistral de Málaga y en 1680 el arcedaniato de Ronda. Era, dicen quieres le citan una y otra vez como protector de Armengual de la Mota, hombre caritativo que gustaba salir al encuentro del necesitado y menesteroso no solo para alentarle de palabra, sino para ayudarle en sus necesidades más perentorias. Se ha escrito que una tarde paseaba el reverendo Ibañez de la Riba por el rebalaje de San Andrés, donde el niño pescador recogía con su padre el fruto del último copo del día, y entablando una conversación con el muchacho quedó de la lúcida inteligencia que hizo gala, así como de su simpatía y aun de la exquisita educación que no correspondía al perfil tipológico del marengo perchelero de la época.
El canónigo matriculó al niño en la Escuela de Gramática que el Cabildo de la Catedral mantenía a sus expensas y, posteriormente, inició estudios como seminarista menor. Siguió a su protector en los diferentes obispados para los que fue promovido, los de Ceuta y Zaragoza, y su paso por ambas cortes diocesanas dieron a Lorenzo entrenamiento bastante para adiestrarse, no sólo en los modos que exigía la etiqueta de alta curia española de entonces, sino en los más graves asuntos de administración diocesana.
Para alivio de sus paisanos, dividió las rentas de sus mayorazgos en tres partes. Una para vestir pobres, y viudas de su barrio de los Percheles. Otra, para redimir cautivos, principalmente malagueños; y la tercera para dotes de doncellas pobres huérfanas, naturales de esta ciudad, bien para religiosas o para casarse, de 200 ducados. Los más directamente beneficiados fueron los vecinos del Perchel.
Renunció al título de Marqués de Campo Alegre (que cedió a su hermana), por considerar que un prelado de la Iglesia española no debía exhibir y mucho menos disfrutar un título nobiliario que estaba en contradicción con la idea de apostolado que a ellos se les asigna.
Sobre el origen y vida de este pescador perchelero, así como de su fulgurante carrera eclesiástica que le llevó hasta el despacho real de la Hacienda, no se ha escrito demasiado. El hecho de que ya el obispo falleciera en su diócesis seguramente impidió a los cronistas malagueños de 1730 dejar aclarados muchos aspectos de su existencia. De todas formas , lo que a los malagueños nos ha interesado siempre del personaje fue su origen humilde, desde el cual conquista influencia, situación y poder.